La humanidad ha buscado desde tiempos inmemoriales explicar su existencia, su propósito y aquello que trasciende lo visible. En este contexto, la figura de Dios ha sido objeto de reflexión filosófica, cuestionamiento científico y experiencia espiritual. Mi postura parte de un análisis que trasciende las simples dicotomías entre fe y razón: considero que Dios es un ser omnipotente, omnipresente, omnisapiente y omnisiente, lo que, paradójicamente, lo hace completamente ilógico desde una perspectiva humana.
El Dios Ilógico y el Conocimiento Humano
Desde un punto de vista ontológico, si Dios existe, su naturaleza debe estar más allá de los límites de nuestra comprensión. El cerebro humano, con todas sus maravillas, opera bajo paradigmas finitos; nuestra lógica es una herramienta adaptativa, diseñada para comprender y sobrevivir en un mundo físico. Sin embargo, si Dios es un ser que abarca todo tiempo, espacio y conocimiento, entonces es lógico concluir que nuestra lógica es insuficiente para abarcarlo. Esto no es un defecto de la lógica, sino una señal de que nuestras herramientas cognitivas son simplemente inadecuadas para medir algo infinito.
El filósofo Søren Kierkegaard plantea que el acto de creer en Dios es un salto de fe. Este salto no implica abandonar la razón, sino admitir que hay aspectos de la existencia que están más allá de ella. Aquí reside una paradoja fundamental: la única forma lógica de aproximarse a lo ilógico es aceptarlo como tal.
La Experiencia Empírica de lo Espiritual
Aunque el conocimiento humano está limitado, nuestras experiencias son vastas. Momentos de conexión espiritual o eventos que algunos llamarían esotéricos o trascendentes parecen, en muchos casos, imposibles de explicar a través de la razón pura. Estas vivencias íntimas e irrepetibles pueden llevarnos a la convicción de que hay algo más allá de lo físico. No se trata de pruebas en un sentido empírico, sino de realidades vividas que, aunque no puedan reproducirse en laboratorio, poseen un peso existencial innegable.
Recuerdo un momento específico que marcó mi vida y mi visión sobre Dios. Estaba atravesando una situación difícil, llena de incertidumbre y angustia. Mientras buscaba respuestas, me encontré con algo que solo puedo describir como una sensación abrumadora de paz, como si alguien me susurrara al oído que todo estaría bien. No hubo palabras, no hubo visiones; simplemente, un sentimiento que transformó mi forma de percibir lo que estaba viviendo. Esa experiencia me llevó a reflexionar sobre cómo hay cosas que no pueden ser medidas o explicadas, pero que tienen un impacto profundo en nuestra existencia.
La Apertura a lo Desconocido
Al abrir la posibilidad en nuestra mente de que Dios existe, dejamos de lado el dogma del negacionismo. Este dogma, común entre quienes adoptan posturas estrictamente materialistas, descarta de plano todo aquello que no se pueda explicar. Sin embargo, la historia de la ciencia nos demuestra que muchas "imposibilidades" de un momento dado se convierten en verdades aceptadas más adelante.
Cuando aceptamos que la realidad puede contener dimensiones que escapan a nuestra comprensión actual, nos liberamos de las cadenas del escepticismo extremo y nos abrimos a investigar, reflexionar y explorar con humildad. Esta postura no implica credulidad, sino curiosidad.
La Fe como Camino hacia lo Infinito
Desde esta perspectiva, la creencia en Dios no es un acto irracional, sino un salto hacia lo infinito. Al considerar que Dios es ilógico desde nuestro punto de vista humano, aceptamos que nuestra comprensión del universo está en constante expansión. La fe, en este caso, no niega la razón, sino que la complementa al abrirnos a la posibilidad de que lo imposible pueda ser posible.
Creer en Dios, para mí, no es cuestión de demostrar su existencia con argumentos filosóficos definitivos o pruebas empíricas; es aceptar que hay experiencias y realidades que trascienden nuestra capacidad de explicación. Es una forma de reconocer que, aunque no entendamos todo, podemos vivir con la esperanza y la apertura de que lo divino existe y nos llama a explorar, aprender y crecer.
La fe, entonces, no es un abandono de la lógica, sino un reconocimiento de que la lógica tiene sus límites, y más allá de ellos, comienza lo divino.
Autor: Job Vasquez.
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