En un escenario donde el conocimiento es la moneda de cambio más valiosa, la educación dominicana se enfrenta a una dura realidad que clama por atención y cambio. Las cifras hablan por sí solas: según el Informe Mundial de Monitorización de la Educación de la UNESCO, República Dominicana ocupa un preocupante puesto en el índice de analfabetismo funcional, con más del 40% de la población adulta incapaz de comprender textos simples. Esta dolorosa estadística refleja una brecha profunda en el acceso a la educación de calidad y la falta de oportunidades para miles de dominicanos.
Pero el desafío no termina aquí. En evaluaciones internacionales como el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA), los estudiantes dominicanos continúan rezagados, ubicándose en los últimos puestos en comparación con sus pares de otros países. Este desempeño mediocre no solo refleja deficiencias en el sistema educativo, sino también una falta de inversión y compromiso por parte de las autoridades para abordar las causas subyacentes de este problema.
Desde una perspectiva ontológica, cada categoría lleva consigo su propia carga de limitaciones y contradicciones. El analfabetismo circunstancial refleja una falta de acceso a oportunidades educativas, una privación impuesta por condiciones sociales y económicas desfavorables. Es una forma de exclusión que niega el derecho básico a la instrucción y condena a individuos y comunidades a un ciclo de pobreza y marginación.
Por otro lado, el técnico sin título representa un dilema moderno: la disparidad entre habilidades adquiridas y reconocimiento formal. Esta situación refleja las deficiencias en los sistemas educativos para valorar y legitimar formas alternativas de aprendizaje y experiencia. Es una paradoja donde la competencia y el conocimiento chocan con las barreras burocráticas y las normativas obsoletas.
Finalmente, el titulado mediocre nos enfrenta a la realidad de una educación que prioriza la certificación sobre la excelencia académica y el desarrollo integral. Es el fruto amargo de un sistema que premia la memorización sobre la comprensión, la calificación sobre la creatividad. Es una manifestación de la mediocridad institucionalizada, donde el título se convierte en un símbolo vacío de logro personal y social.
Detrás de estas estadísticas frías y desalentadoras se esconde una realidad humana desgarradora: niños y jóvenes cuyas esperanzas y sueños se ven truncados por un sistema que les niega las herramientas necesarias para prosperar. La falta de recursos, la corrupción y el clientelismo político han convertido la educación en un privilegio reservado para unos pocos, mientras que la mayoría se ve condenada a un futuro de limitaciones y desigualdades.
Es hora de que levantemos la voz y exijamos un cambio real y tangible en el sistema educativo dominicano. Es hora de dejar de lado la indiferencia y la complacencia, y enfrentar con valentía los desafíos que nos separan de una educación verdaderamente inclusiva y equitativa. Solo así podremos romper las cadenas del subdesarrollo y la ignorancia, y construir un futuro donde cada dominicano tenga la oportunidad de alcanzar su máximo potencial.
Autor: Job Vasquez
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