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La colmena dominicana: cuando tolerar la disfunción nos empobrece a todos

 


La colmena dominicana: cuando tolerar la disfunción nos empobrece a todos

Una reflexión incómoda sobre cómo la tolerancia prolongada a la disfunción institucional, mediática y social ha convertido el deterioro en costumbre, y por qué corregir ya no es una opción moral, sino una necesidad colectiva.

Por Job Vásquez
Opinión / Editorial


Hay momentos en los que la realidad necesita ser explicada sin rodeos. Y a veces, paradójicamente, la naturaleza ofrece ejemplos más claros que cualquier discurso político.

En una colmena, la reina no es un símbolo decorativo ni una figura intocable. Su única razón de existir es cumplir una función precisa: regular, ordenar y mantener cohesionada la vida colectiva a través de señales químicas. Mientras eso ocurre, la colmena prospera. Cuando deja de ocurrir, todo empieza a descomponerse.

¿Y qué hacen las abejas cuando detectan que esa función falla de manera persistente?

No hacen comunicados. No improvisan discursos. No entran en debates eternos. La rodean y la neutralizan como centro operativo. Le retiran el control del sistema para que deje de desorganizarlo. No hay odio ahí. Hay una comprensión brutalmente clara: si el núcleo sigue emitiendo señales defectuosas, la colmena entera paga el precio.

No es castigo. No es venganza. Es corrección estructural.

Las abejas no esperan a que el problema se normalice. No permiten que la disfunción se vuelva rutina. Actúan antes de que el daño sea irreversible.

El paralelismo con la República Dominicana resulta inevitable.


Lo que nos está pasando

Nosotros llevamos años haciendo exactamente lo contrario a la colmena. Aquí lo que no funciona se aguanta. Lo que falla se justifica. Lo que escandaliza hoy, mañana se olvida. Y así, poco a poco, convertimos la miseria institucional en costumbre.

Tenemos un Estado que muchas veces no ordena, medios que no siempre informan, dirigentes que hablan mucho y responden poco, empresarios que confunden influencia con derecho, y una sociedad civil cansada que aprendió a sobrevivir en vez de corregir.

No es una observación nacida de la rabia, sino del agotamiento colectivo.


El error que seguimos cometiendo

Cada vez que alguien señala una incoherencia, saltamos con el mismo reflejo: “no ataques”, “no dividas”, “eso es política”. Como si exigir que una función cumpla su propósito fuera un crimen.

Pero la verdad incómoda es esta: sostener lo que no sirve también es una forma de traición, aunque se haga en silencio y con buenas intenciones.

La colmena entiende algo que a nosotros se nos olvidó: el problema no es la persona, es el daño que produce su permanencia cuando ya no cumple.


Qué significa corregir

Corregir no es insultar ni perseguir. No es linchar en redes ni jugar a héroes morales. Corregir es más difícil y más humano.

Es no repetir mentiras cómodas.
Es no aplaudir discursos vacíos.
Es no olvidar los hechos solo porque pasó el escándalo.
Es preguntar, insistir y recordar.

La verdad no necesita gritos. Necesita constancia.


El papel de la sociedad civil

Aquí nadie está libre. La colmena no sobrevive solo por una reina funcional, sino por obreras atentas. Una sociedad que renuncia a señalar la disfunción termina viviendo bajo ella.

Si seguimos tolerando lo que nos empobrece, no podemos sorprendernos cuando el país se nos hunda un poco más entre escándalo y resignación.


Conclusión

La colmena no odia. No dramatiza. No posterga.

Nosotros sí.

“Y mientras sigamos confundiendo paciencia con virtud y silencio con prudencia, el problema no será quién ocupa el centro, sino que como sociedad decidimos seguir tolerando lo que nos empobrece.”

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