El dia que crei saber algo, resulto ser el dia que estaba mas equivocado.
Posiblemente lo estoy ahora mismo y tenga la oportuidad de admitirlo ante alguien mas capaz y con la paciencia para devatir conmigo razonablemente y sin recurrir a la ira y la arrogancia que acompañan a la ignorancia.
En el vasto panorama de la existencia humana, la pluralidad del ser se presenta como una danza perpetua entre dos fuerzas opuestas y complementarias. Imaginemos a Aristóteles, el soñador empedernido, cuya mente navega en mares de posibilidades infinitas donde la realidad se diluye en un horizonte de ensueños y potencialidades. Y por otro lado, Edgar Allan Poe, el oscuro prisionero de sus propios abismos, encadenado y vigilado, buscando desesperadamente la salida de su propia sombra.
En esta yuxtaposición de mentes, encontramos un espejo que refleja la dualidad intrínseca de nuestra naturaleza. Aristóteles nos invita a soñar sin límites, a explorar las vastedades del ser y del no-ser, a concebir mundos donde lo imposible se torna posible, donde cada idea es una estrella en un cosmos infinito de pensamientos. Su filosofía nos transporta a un estado onírico, un viaje hacia la esencia misma de lo que podríamos llegar a ser si tan solo nos permitiéramos soñar sin restricciones.
Poe, sin embargo, nos recuerda la sombra que siempre nos acompaña. Sus ojos encadenados nos observan desde las profundidades del subconsciente, ese lugar oscuro y misterioso donde habita el miedo, el dolor y la verdad oculta. Al menor pestañear, el ser oculto de Poe intenta emerger, trayendo consigo los terrores y las dudas que preferimos mantener bajo llave. Es una lucha constante entre la luz y la oscuridad, entre la esperanza y la desesperación, entre el sueño y la realidad.
Pero, ¿qué sucede cuando nos enfrentamos al espejo? ¿Quién es el ser dominante que vemos reflejado? La respuesta reside en la aceptación de nuestra propia pluralidad. Debemos reconocer y abrazar tanto al soñador como al prisionero dentro de nosotros. Al hacerlo, nos permitimos ser completos, auténticos y en armonía con nuestras propias dualidades.
El espejo no miente. Nos muestra el ser que hemos decidido ser, pero también el que hemos reprimido. Es un recordatorio constante de nuestra elección y de las consecuencias de ignorar nuestras partes ocultas. Al mirarnos en el espejo, debemos aceptar la presencia de ambos: el Aristóteles que sueña y el Poe que sufre. Solo así podemos vernos a nosotros mismos verdaderamente, sin los filtros de la negación o la ilusión.
Aceptar la pluralidad del ser es, en última instancia, un acto de valentía. Es reconocer que dentro de nosotros existen múltiples voces, múltiples destinos, y que cada uno tiene su lugar y su propósito. Al final, el espejo nos devuelve nuestra propia imagen, un ser completo, compuesto de luz y sombra, de sueños y pesadillas, de lo real y lo irreal. Y en esa imagen, encontramos la verdad de quienes somos y de quienes podemos llegar a ser.
Autor: Job Vasquez.
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