En el vasto y ruidoso mar del mundo moderno, donde la superficialidad y la ignorancia dominan, escribir canciones se ha convertido en mi refugio, mi forma de exorcizar demonios personales y encontrar algo de claridad. Sin embargo, la reciente crítica de un hater me ha llevado a reflexionar profundamente sobre la naturaleza de mi arte y su lugar en este complejo y conflictivo panorama.
Escribir canciones es, para mí, como escribir un diario. Cada letra es una entrada íntima, un fragmento de mis miedos, preguntas, verdades y frustraciones. En un mundo ideal, preferiría que estas confesiones permanecieran privadas, lejos del escrutinio y las interpretaciones erróneas. Sin embargo, transformar estos pensamientos en canciones me permite superar mis propias batallas internas y, tal vez, ofrecer una chispa de esperanza a aquellos pocos privilegiados que aún pueden escuchar más allá del ruido.
Vivimos en un mundo donde las prioridades están distorsionadas. Los valores que deberían ser elogiados—la autenticidad, la reflexión y la profundidad emocional—son a menudo eclipsados por la banalidad, los complejos y la obsesión por lo material. En este escenario, me esfuerzo por ofrecer algo real a través de mi música, una alternativa sincera para aquellos que se sienten alienados y buscan un consuelo genuino.
Aquí es donde la paradoja se intensifica. En una industria donde la música se ha convertido en una herramienta de manipulación y corrupción, la idea de pagar por promoción para ser escuchado me resulta profundamente problemática. Esta práctica reduce la música a un mero producto comercial, despojándola de su propósito histórico: reflejar los sentimientos de la sociedad y las emociones del artista.
Para el verdadero artista, el reconocimiento debe ser orgánico. Si el talento y los fanáticos son auténticos, deberían pagar por nuestras canciones, no al revés. Sería un error contribuir a la monotonía que diluye el verdadero valor de la música, perpetuando un ciclo de superficialidad y desdén hacia la profundidad emocional.
A quienes critican y desprecian sin entender, les digo: mis canciones no son para todos. No buscan agradar a las masas ni conformarse a los caprichos de una industria insensible. Son el eco de un diario no leído, un testimonio de que no estamos solos en nuestras luchas internas. Si encuentras consuelo en ellas, has descubierto una verdad que trasciende la crítica vacía y la superficialidad predominante.
Escribir este ensayo ha sido un ejercicio catártico, una reafirmación de mi compromiso con la autenticidad en un mundo que a menudo valora lo contrario. La música, en su esencia más pura, sigue siendo una herramienta poderosa para la conexión humana y la expresión de la verdad. Y eso es algo que ningún hater puede arrebatarme.
Autor: Job Vasquez.
Si les gusta pueden apoyar el intento de este artista sin talento en:
https://soundcloud.com/job-vasquez-613007007
Y esta es mi cancion preferida porque fue un momento de desahogo real: Hasta Mañana
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