Hoy me encuentro en un abismo de reflexión, donde las certezas que creí tener parecen desmoronarse ante mis propios ojos. La humanidad, esa misma que amo y que me maravilla por su complejidad, se presenta ahora ante mí como una maraña de manipulaciones, dogmas impuestos, y una constante represión ideológica que nos somete y nos obliga a seguir un guion establecido. ¿Es este el destino inevitable de todos los seres humanos? ¿Es posible escapar de este ciclo de negación selectiva y conformismo?
Parece que cada vez que me adentro más en esta reflexión, mis propias certezas sobre la vida, la sociedad y mi identidad se disuelven. Lo que antes consideraba verdades absolutas ahora se me presentan como falsas construcciones, forjadas en la fragilidad de nuestras creencias colectivas. ¿Por qué me siento tan desconectado de todo esto? ¿Por qué este despertar me provoca tanto miedo y desesperanza?
Una de las explicaciones más claras que encuentro en este dilema es lo que filósofos como Michel Foucault describieron sobre las estructuras de poder que nos disciplinan, invisiblemente, a lo largo de nuestras vidas. Foucault nos hablaba de cómo las instituciones sociales, políticas y económicas se encargan de modelar nuestra percepción, de definir lo que es "normal" y lo que no lo es, creando una conformidad que parece inquebrantable. Es como si viviéramos atrapados en un guion, uno que no escribimos nosotros, pero al cual nos vemos obligados a interpretar. A menudo, ni siquiera somos conscientes de ello. Pero en el momento en que tomamos conciencia de ello, comenzamos a cuestionarnos, y el desconcierto se instala.
Más aún, esta sensación de estar atrapado en una estructura de manipulación social me lleva a cuestionar otro fenómeno: la filantropía. ¿Es realmente un acto desinteresado de ayuda, o es simplemente un mecanismo que perpetúa las desigualdades? Esta crítica no es algo nuevo. Muchos sociólogos y filósofos han señalado que las acciones filantrópicas de los más poderosos a menudo no son más que una forma de lavado de imagen, una manera de aliviar la culpa de quienes han adquirido su riqueza explotando el sistema. En lugar de abordar las causas profundas de la pobreza o la desigualdad, estos actos superficiales contribuyen a mantener intacto el mismo sistema que perpetúa esas injusticias. Es un sentimiento de "superioridad moral" que se convierte en un opio social para las masas, mientras los verdaderos responsables permanecen inmutables.
Esta reflexión se intensifica cuando miro hacia mi propio interior, hacia las creencias que he sostenido sobre mí mismo y sobre el mundo. El desencanto me invade cuando me doy cuenta de cuántas veces he repetido patrones sin cuestionarlos, cuántas veces he aceptado lo que me ha sido dado, sin nunca profundizar en las razones subyacentes de esos patrones. La duda sobre mi identidad ideológica se convierte en una batalla interna. Me doy cuenta de que muchas de las convicciones que creía sólidas han sido producto de una imposición externa, de una construcción social, y no de una verdadera comprensión de la realidad. Este proceso de autocrítica, aunque doloroso, también me lleva a una pregunta fundamental: ¿quién soy realmente? ¿Qué queda de mí cuando despojo mis creencias y mis miedos?
Filósofos existencialistas como Jean-Paul Sartre y Søren Kierkegaard nos alertaron sobre la angustia existencial que proviene de enfrentar la libertad absoluta y la responsabilidad que esta conlleva. La angustia de reconocer que somos responsables de nuestras elecciones, de nuestras acciones y, por ende, del curso que toma nuestra vida. La libertad es aterradora porque nos obliga a asumir la incertidumbre del futuro, a no tener respuestas claras y definitivas. En este sentido, el miedo al futuro y la sensación de estar perdidos, sin rumbo, son inevitables. Pero también es este mismo miedo el que nos impulsa a tomar conciencia de nuestra situación y a buscar el cambio, aunque solo sea a nivel individual.
En última instancia, este artículo no busca imponer ninguna verdad definitiva, ni señalar culpables sin considerar las complejidades de la condición humana. Al contrario, mi propósito es iniciar una reflexión colectiva, en la que todos podamos cuestionarnos y reconocer, sin miedo, que estamos perdidos. Quizás, solo a través del reconocimiento de nuestra propia incertidumbre, podamos empezar a forjar un camino que nos libere de las manipulaciones que nos han sometido durante siglos.
¿Y si no encontramos respuestas claras? ¿Y si seguimos buscando, sin poder hallar un camino seguro? Tal vez la clave resida en la aceptación de la duda, en la capacidad de cuestionar y, sobre todo, en la valentía de seguir adelante, aún en medio de la desesperanza.
Esta es solo una invitación a mirar más allá de la superficie de lo que nos han dicho que debemos creer, un llamado a enfrentar la complejidad de la vida sin buscar respuestas fáciles. Porque solo al admitir nuestra propia desesperanza y nuestra falta de certezas, podemos empezar a reconstruir una verdad más auténtica, tanto para nosotros como para el mundo que nos rodea.
He llegado a un momento en mi vida donde no anhelo la perfección, sino que anhelo volver a ser simplemente un ser humano imperfecto, cuyas virtudes están cimentadas en la constante lucha por superar las limitantes de sus defectos.-Job Vasquez.
Autor: Job Vasquez
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