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Yo Vivo de lo Mío: La Filosofía del Tiestazo en los Bolsillos y la Redefinición de la Miseria

Ah, cómo me gusta recordar esos momentos en los que las lecciones de la vida se daban en forma de cuentos simples, transmitidos de generación en generación, como si el conocimiento fuera una herencia secreta que nos llegaba a través del eco de las voces de nuestros padres. Pero cuando me encuentro con este cuento de Rodríguez Demorizi, escuchado en mi niñez a través de los labios de mi padre, ya no puedo evitar reírme de lo vigente que sigue siendo. Y claro, con los años, el clásico "Yo vivo de lo mío" se ha convertido en un mantra personal, una frase que se resume tan bien la esencia de este relato que, por alguna razón, parece que los pobres nunca aprenden.

Este cuento, que muchos recordarían como una simple fábula sobre el abuso de poder, es mucho más que eso. Es una crítica feroz a la alienación social, a la pobreza estructural, y sobre todo, a la falacia de la moralidad que nos venden desde las alturas del poder. Y sí, me atrevería a decir que esta historia de pobreza, traición y destierro tiene tanto que ver con la actualidad como con el pasado. El General Lovera, ese villano vestido de poder, no es más que la representación metafórica de nuestros líderes modernos, aquellos que se autoproclaman salvadores de la patria pero que, al final del día, solo buscan acumular poder y control.

La escena en la que se reúnen los pobres bajo la promesa de ayuda -ropa, dinero, quizá algo de dignidad- es una clara metáfora de la política moderna, esa en la que nos venden promesas que nunca se cumplen, mientras la gente sigue esperando "un poco de lo suyo". Cada uno tiene una expectativa de lo que va a recibir, sin saber que lo que está por llegar es el enésimo episodio de humillación. Pero no importa, porque la esperanza es lo último que se pierde, ¿no?

Y ahí entra el personaje del "flaco y desmedrado", el hombrecito que, en medio de la desesperación generalizada, tiene la audacia de decir "Yo vivo de lo mío". En un mundo donde el victimismo y la ideología de la caridad son el pan de cada día, este hombre se erige como un anacronismo. En lugar de someterse a la narrativa oficial de la miseria, se define por su autonomía, por esa idea del "lo mío" que tanto incomoda a los poderosos. Un hombre que no pide limosna, que no se arrastra, que no se adhiere a la narrativa del "sacrificio", se convierte en el enemigo número uno. Porque en este mundo de ideologías líquidas y roles sociales predefinidos, la independencia se ve como una amenaza.

Y como todo buen tirano que se respeta, el General Lovera no duda en sentenciar a muerte a quienes no encajan en su visión del mundo. Pero lo que realmente me causa gracia es la respuesta del "falso rico" que, tras haber visto la desgracia del otro, se acerca y le suelta a su compadre: "Yo no sabía nada, compadre. Lo único que sé es que ai probe no lo llaman pa’ na güeno. Por eso me preparé, llenándome los bolsillos de tiestos de platos."

¡Qué lección tan profunda! En un mundo donde la moral se ha convertido en un espectáculo de apariencias, donde los dogmas políticos se reinventan cada mañana según el algoritmo del poder, la estrategia de llenar los bolsillos con "tiestos de platos" es la respuesta más realista y postmoderna que se podría dar. ¿Quién necesita principios cuando se puede jugar al juego de la supervivencia? En este mundo, lo "bueno" no existe. Solo existe lo que uno puede "meter en sus bolsillos". Y no hablo solo de dinero, sino de poder, de influencia, de esos pequeños trozos de dignidad que se pueden acaparar mientras el sistema sigue jugando con las esperanzas de la gente.

Ahora bien, ¿es esto una condena al cinismo? ¿O es simplemente una afirmación de la realidad que muchos no quieren ver? En una sociedad donde los discursos de justicia social se solapan con el egoísmo colectivo, donde las ideologías se vuelven mercancía y las promesas de cambio solo alimentan más al mismo sistema, es difícil saber dónde termina el hombre "bueno" y empieza el "malo". ¿De qué sirve ser "bueno" si todo el sistema te empuja a ser "malo"? Y si ser "malo" es lo que te da la supervivencia, ¿acaso no deberíamos todos ser un poco más "malos"?

La reflexión, entonces, no es sobre si seremos "bueno" o "malo", sino más bien sobre qué significa realmente vivir de "lo mío". En un mundo en el que se nos exige pertenecer a etiquetas, que se nos dice que la empatía es un valor que debe ser usado como moneda de cambio, ¿qué significa estar en paz con uno mismo y con lo que uno tiene? Tal vez la única lección verdadera de Maese Goro, del flaco de los bolsillos vacíos, y del General Lovera, es que el único lugar donde realmente podemos encontrar algo de autenticidad es dentro de nuestra propia contradicción.

La moralidad de hoy en día no es ni buena ni mala. Es, simplemente, funcional. Y mientras el pueblo sigue llorando por lo que no recibe, y los poderosos siguen riendo con sus tiestos de platos bien llenos, yo me sigo preguntando: ¿Realmente estamos todos tan lejos de ser como ese hombrecito flaco? ¿O solo esperamos nuestra oportunidad para llenar nuestros bolsillos de lo que podamos?

Pdt..

"El anhelo de pertenecer convierte al débil en payaso y al arrogante en penitente. Ser uno mismo es el acto de coraje más radical, y defender la verdad, el desafío más audaz en un mundo ahogado por mentiras y arrasado por la ignorancia." – Job Vasquez



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