El Papa Francisco, desde su alto pedestal adornado con sábanas de seda y copas de oro, emite su mensaje revestido de humildad y compasión, pero su brillo dorado no puede ocultar la sombra de imposición que lo acompaña. Nos insta, desde su trono de poder, a cargar no solo con nuestras propias cruces sino también con las de otros, a clavarnos voluntariamente en un sacrificio que no pedimos ni merecemos. Este gesto, disfrazado de bondad y amor fraternal, se convierte en un mandato que resuena como una bofetada a nuestra dignidad y autodeterminación.
El reciente regalo del Papa al presidente Luis Abinader, una obra de bronce titulada "Amor Social" que muestra a un niño ayudando a otro, con la inscripción "Amare Aiutare" (Amar y Ayudar), encierra un mensaje que va más allá de la simple cortesía. Es una metáfora cuidadosamente diseñada, una suave pero firme presión para abrir nuestro corazón y, por ende, nuestras fronteras. ¿Qué nos quiere decir realmente el Papa con este obsequio? ¿Qué significado tiene su aparente llamado a la solidaridad y al amor mutuo en el contexto de la República Dominicana?
Este gesto puede parecer una noble exhortación al amor y la ayuda mutua, pero, en el fondo, es una sutil exigencia. El Papa, desde su privilegiada posición, parece olvidar las complejidades y dificultades que enfrenta la dominicanidad. Nos empuja a asumir una responsabilidad que él mismo no lleva, desde la seguridad de su opulencia. Nos pide abrir nuestras puertas y corazones, sin considerar el peso de las consecuencias que ello podría tener para nuestra nación, ya cargada de sus propios desafíos.
Este llamado a la "Amor Social" no es tan inocente ni desinteresado como parece. Se siente como una orden disfrazada de consejo, un mandato envuelto en retórica espiritual. ¿Acaso el Papa, en su grandiosa posición, comprende verdaderamente las realidades que enfrentamos? ¿O es simplemente otra voz poderosa que, desde su torre de marfil, dicta lo que considera moralmente correcto sin enfrentar las repercusiones de sus palabras?
Nos encontramos ante una imposición que no podemos ignorar. La dominicanidad, con su rica historia y cultura, no debe ser sacrificada en el altar de una solidaridad impuesta. La verdadera ayuda y amor deben nacer desde dentro, no ser obligados desde fuera. Las palabras y gestos del Papa Francisco, aunque envueltos en la retórica de la compasión, ocultan una demanda que desafía nuestra soberanía y autonomía.
Así, mientras el Papa ofrece un bronce frío y distante, nosotros debemos recordar que la verdadera calidez y ayuda mutua no se imponen, sino que se cultivan desde el entendimiento y el respeto a nuestra propia identidad y circunstancias. Que su mensaje no nos haga olvidar que nuestra primera responsabilidad es con nosotros mismos, y que el verdadero amor social comienza con la justicia y el respeto a nuestra propia comunidad y nación.
Como dijo el prócer Juan Pablo Duarte: "Vivir sin patria, es lo mismo que vivir sin honor." Que no se nos olvide jamás.
Autor: Job Vasquez.
1 Comentarios