El Juicio del Apóstata: Crónicas de una Rebelión Oscura. Parte 1

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El Juicio del Apóstata: Crónicas de una Rebelión Oscura. Parte 1


INTRODUCCION

En el corazón sombrío de una sala de tribunal que podría ser el escenario de una obra de terror cósmico, el aire se encuentra cargado de una tensión palpable, como si el propio ambiente estuviera a punto de estallar en una catarsis de condena y venganza. Las sombras se despliegan como espectros inquietos, danzando a la luz de los candiles que parpadean con una tenue llama, reflejando las facciones implacables de los presentes. El murmullo constante de la multitud es un coro de ansias despiadadas, un retumbar inquietante que presagia el final inminente de un drama macabro.

El acusado, un hombre cuyo nombre ha sido borrado por la estigmatización y la impiedad de un sistema judicial corrupto, se encuentra ahora en el centro de este escenario grotesco. Frente a un juez cuya autoridad es tan fría como el acero de su silla y ante un público sediento de sangre, el Apóstata se prepara para ofrecer su última y desafiante declaración. No se trata de un simple discurso, sino de una audaz manifestación de desdén, una confrontación despiadada con un orden que ha demostrado ser tan frágil como inhumano.

Mientras el martillo del juez cae con un golpe que resuena como el eco de una condena eterna, el Apóstata se erige como el último bastión de una verdad no deseada, dispuesto a desenmascarar la hipocresía y la falacia que impregnan este tribunal. Sus palabras, cargadas de un sarcasmo oscuro y una crítica mordaz, son un desafío final a las convenciones de una sociedad que ha perdido su camino. En esta sinfonía de desesperanza y crítica, el Apóstata no solo enfrenta su destino, sino que busca desatar una tormenta de reflexión sobre el verdadero rostro de la justicia y la moralidad.

Así comienza el último acto de este drama oscuro: el discurso del Apóstata, una última rebelión contra un orden que se ha vuelto un espectáculo grotesco de condena y corrupción.


El Apóstata:

— Oh, glorioso tribunal, hogar de la justicia que se regocija en la hipocresía y el espectáculo, ¡aquí estoy, un simple apóstata en medio de vuestro grandioso circo! No vengo a suplicar ni a ofrecer razones que, bien sabéis, serían tan vacías como las promesas de vuestra tan aclamada moralidad. No, mis queridos jueces y espectadores, mi propósito es otro: desnudemos el velo de esta farsa y revelamos la verdad que tanto teméis.

En esta sala, el juicio se convierte en un teatro, y yo, el mero titiritero, bailo al son de vuestra condena. Me llamáis hereje, rebelde, infame. Vuestra ira es una comedia grotesca, un festín para la multitud sedienta de sangre que clama por una justicia que ni siquiera entiende. Es un espectáculo para el pueblo, que en su ignorancia, busca no la verdad, sino la satisfacción de sus más bajos instintos.

No he venido aquí para buscar redención, pues mi alma ya está libre del peso de la culpa. La verdad es que no siento odio por vosotros, ni por vuestra búsqueda patética de un culpable. Mi desdén es mayor que el simple resentimiento; es una indiferencia helada hacia un sistema que no hace más que perpetuar su propia decadencia. ¿Qué es la justicia en este lugar sino una farsa adornada con las ropas de la moralidad? Vuestro sistema es un monstruo que devora a los desafortunados, no por sus pecados, sino por su simple existencia fuera del rebaño.

Las lágrimas de los desdichados, las súplicas de los débiles, son solo sombras en el muro de vuestra soberbia. Ellos, que lloran y se lamentan, son simples actores en este drama cruel, y su sufrimiento es un espectáculo para los ojos de aquellos que se deleitan en la angustia ajena. No hay en ellos la dignidad de una verdadera víctima, sino la arrogancia de aquellos que, cuando tienen la oportunidad, no buscan más que perpetuar el ciclo de abuso y opresión.

¡Y qué decir de vuestra tan venerada moralidad! Llamáis amor a la conveniencia, aceptación a la hipocresía, y verdad a la mentira que repetís a diario. Vivir en esta existencia es estar muerto en vida, un juego cruel donde se confunden los términos y se tergiversa la realidad. Vuestra sociedad es una orgía de pretensiones y falacias, un gran teatro donde cada uno de vosotros actúa el papel que se espera, mientras en las sombras, la verdadera corrupción se esconde.

Vuestra historia está manchada por los errores de una humanidad que nunca aprendió de sus fracasos. Las masas, ciegas a la verdad, han sido siempre las que arrastran a los demás en un ciclo interminable de servidumbre y opresión. Los humildes buscan la gloria a expensas de sus iguales, mientras que las víctimas, en su desesperación, se arrastran para obtener la aceptación de aquellos que las sometieron. Es un perverso síndrome de Estocolmo, donde el deseo de venganza es la única forma de redención.

He tenido todo lo que pensé necesitar y he perdido lo que nunca me perteneció. Ahora, en el final de mi camino, necesito todo lo que poseo y no espero nada que no me haya ganado. Mi condena no es un castigo, sino un simple acto final en una vida que ha sido una farsa desde el principio. Si mi sangre es el precio de la verdad que aquí expongo, que así sea. Mi destino está sellado, no por lo que he hecho, sino por lo que os negáis a enfrentar.

Así, en el ocaso de esta noche, donde el telón cae y la multitud se regocija en su triunfo, me despido de esta existencia con la serenidad de quien ha visto el rostro de la verdadera justicia. La muerte es la única verdad que no necesita justificación, y en su abrazo final, encuentro la paz que esta vida nunca pudo ofrecerme. Que vuestras risas y gritos se ahoguen en el abismo de vuestra propia ignorancia, pues yo, en mi condena, he encontrado la última verdad.


A medida que las sombras se cierran sobre este escenario, y el clamor de la multitud se convierte en un eco distante, el Apóstata se sumerge en el abismo de la noche, dejando tras de sí una estela de cuestionamientos inquietantes. ¿Será este el fin de una era de engaños, o simplemente el preludio de una verdad aún más oscura?

Autor: Job Vasquez

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