Nada Nuevo Bajo el Sol: El Pacto con el Diablo y la Amenaza de la Grandeza Musical

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Nada Nuevo Bajo el Sol: El Pacto con el Diablo y la Amenaza de la Grandeza Musical

La historia nos enseña que los seres humanos, cuando confrontados con algo que desafía sus creencias, identidad o zona de confort, tienden a rechazarlo de manera vehemente. Esta es una constante en la historia, un ciclo perpetuo que refuerza la idea de que "no hay nada nuevo bajo el sol", como reza la sabiduría bíblica. Tal es el caso de los grandes músicos, aquellos que se atrevieron a romper los límites de lo conocido y a crear melodías que resonaban más allá de lo comprensible para la época.

Niccolò Paganini, Robert Johnson, Jimmy Page, Jimi Hendrix... nombres que evocan genialidad, pero también controversia. En tiempos donde admitir la grandeza de estos virtuosos era un tabú, la única forma lógica de explicar su talento incomprensible fue asociarlos con un pacto con el diablo. Aquí no solo se refleja la ignorancia y el miedo a lo desconocido, sino también una reacción instintiva, casi visceral, que la humanidad ha tenido desde sus inicios: la negación de aquello que amenaza su identidad y su estabilidad.

La Ley de Manson, que postula que cuanto más algo amenaza nuestra identidad, más lo rechazamos, encuentra una manifestación clara en la manera en que estas figuras fueron tratadas. La música de Paganini era tan virtuosa que se le consideraba sobrehumana, una amenaza directa al concepto tradicional de lo que un ser humano podía lograr. ¿Cómo era posible que alguien tocara el violín con tal perfección? En un intento por preservar su noción de la realidad, la sociedad optó por demonizarlo, atribuyendo su maestría a fuerzas sobrenaturales. De manera similar, Robert Johnson, con sus blues que resonaban con una profundidad y emoción inalcanzable para muchos, fue visto como alguien que había vendido su alma en la encrucijada.

Pero, ¿por qué esta necesidad de asociar lo inusual con lo malévolo? La música, en su esencia, es una expresión pura del alma humana. Es un reflejo de nuestros sentimientos más profundos, una conexión directa con lo inexplicable, con lo trascendental. La grandeza musical, entonces, no es solo una muestra de habilidad técnica, sino una amenaza a la comprensión limitada que tenemos de nosotros mismos y del universo. Cuando alguien como Hendrix toca su guitarra y parece trascender la realidad misma, no solo está haciendo música, está desafiando las barreras de lo que es posible, obligándonos a cuestionar la naturaleza de nuestra existencia.

Este acto de cuestionamiento, sin embargo, no es cómodo. Nos pone en contacto directo con el abismo de nuestras propias limitaciones, con el temor de que lo que creemos saber no es más que una ilusión. Y en ese momento de incertidumbre, surge la necesidad de rechazar, de negar, de buscar una explicación que no amenace nuestra percepción de la realidad. Así, el talento inigualable se convierte en un pacto con el diablo, en algo oscuro y peligroso que debe ser temido y no comprendido.

La insolencia de esta reflexión radica en que nos obliga a enfrentar la verdad incómoda: que el arte, en su máxima expresión, es una fuerza disruptiva que puede conmover el alma, pero también desestabilizarla. Que la música, cuando es genuina y verdadera, no solo deleita, sino que también desafía, provoca y, a veces, aterroriza.

Quizás, entonces, el verdadero pacto que estos músicos hicieron no fue con el diablo, sino con la verdad misma. Una verdad que, al ser revelada en su música, desnudó los miedos más profundos de la sociedad. No hay nada nuevo bajo el sol, es cierto. Pero cada vez que la grandeza aparece, nos enfrenta a las mismas preguntas, los mismos miedos, las mismas reacciones. Y en cada ciclo, la música sigue siendo el canal a través del cual nos confrontamos con lo que somos y con lo que tememos ser.

Es en esta disonancia entre la comodidad de lo conocido y la perturbación de lo extraordinario donde reside el poder transformador de la música. Un poder que no solo impacta en el alma, sino que la redefine, la desafía y, a veces, la obliga a enfrentarse a su propia oscuridad. Porque, al final, no es el diablo quien crea la música, sino el alma humana en su intento desesperado de comprender y trascender su propia existencia. Y tal vez, en ese intento, reside la verdadera grandeza, una grandeza que, inevitablemente, siempre será incomprendida y temida por aquellos que prefieren la comodidad del sol a la incertidumbre de la sombra.

Autor: Job Vasquez.


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