Excelentísimo Señor Presidente,
Con todo el respeto que su investidura merece, quiero hacer uso de mi derecho constitucional para expresarle lo que muchos, y me incluyo, estamos sintiendo con respecto a su gobierno. Este no es un simple reclamo, sino más bien una protesta legítima y un reproche con el que me siento en la obligación de confrontarlo, porque aunque lo parezca, esto no es personal... o quizás sí, porque resulta que su gestión afecta la vida de todos los dominicanos.
Para ser sincero, cuando muchos de nosotros votamos por usted, no lo hicimos necesariamente por la confianza ciega en su promesa de cambio. Más bien, votamos porque no queríamos más de lo mismo, porque desconfiábamos de los eternos reciclados que prometen lo imposible mientras hunden al país. Usted llegó como un aire fresco, una nueva cara con un apellido pesado, y parecía que la cosa iba bien. Parecía.
Seamos claros: usted cabalgó con destreza sobre el legado de su padre, superando casi limpiamente los obstáculos hacia el poder, algo admirable hasta cierto punto. Le vimos navegar las aguas políticas con una habilidad notable. Y muchos, en su momento, pensamos: "Tal vez, solo tal vez, este hombre sí pueda hacer algo diferente". Pero aquí estamos, años después, y me pregunto con todo el respeto del mundo, ¿qué pasó con usted?
Señor Presidente, le confieso que al principio, al ver su actitud y algunas decisiones, hasta llegué a justificarlo. Pensé: "Quizás su estatus privilegiado nunca le permitió ver las verdaderas necesidades de la gente común. Eso es comprensible". Pero, señor, ya ha tenido usted cuatro años para aprender. Y en lugar de eso, le dimos una segunda oportunidad, con humildad, con esperanza, y ¿cómo nos responde? Con arrogancia, con una actitud cada vez más autoritaria, rozando lo dictatorial, y si me permite, hasta con cierto aire paranoico.
Por tanto, Excelentísimo Señor Presidente de esta democracia abusada que llamamos República Dominicana, le pregunto con respeto: ¿Recuerda usted que es el presidente de este país? Porque a veces parece que lo ha olvidado.
Le veo actuar y, sinceramente, me pregunto si no cree que es un senador de las grandes potencias, o quizá un alto funcionario de la ONU, o ¿será que se considera un obispo del Vaticano? Incluso da la impresión de que le gustaría más ser presidente de Haití que de la República Dominicana, porque, con todo respeto, las decisiones que toma parecen más enfocadas en cualquier otro lugar que en resolver los problemas que afectan a su propio pueblo.
Nos preguntamos muchos de nosotros: ¿Cuándo fue que cambió tanto? ¿Cuándo fue que dejó de escucharnos y empezó a gobernar para complacer a otros, a quienes ni siquiera deberían importarle más que su propio pueblo? Usted, señor, no es ni el líder de la comunidad internacional, ni un activista de causas ajenas. Usted es el Presidente de la República Dominicana. ¡Nuestro presidente!
No me malinterprete, no espero que ignore los desafíos internacionales ni las responsabilidades globales. Pero su primera responsabilidad somos nosotros, los dominicanos, los que nos levantamos cada día luchando por sobrevivir, por mejorar, por construir un futuro en esta tierra.
Nosotros no necesitamos un mandatario que esté más preocupado por el aplauso internacional que por las necesidades locales. Necesitamos un líder que entienda nuestras dificultades, que luche por el bien de los dominicanos, no por quedar bien con las grandes potencias ni con grupos de influencia que ni viven aquí ni sufren lo que nosotros sufrimos.
Señor Presidente, tiene usted en sus manos la oportunidad de cambiar el rumbo. Pero para hacerlo, primero debe recordar algo fundamental: Usted no es el presidente de la ONU, ni de la comunidad LGBT, ni de Haití. Usted es el presidente de la República Dominicana. Un país que, a pesar de todo, sigue esperando que cumpla con sus promesas, que gobierne para su pueblo y que deje de tratar de ser lo que no es.
Es su deber. Es su responsabilidad. Y es nuestra esperanza, aunque ya esté bastante mermada.
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