Por Job Vasquez.
Cuando se busca una comparación histórica y ontológica para la izquierda dominicana, la mente racional no puede evitar pensar en Rahab, la prostituta de Jericó. Como Rahab, la izquierda criolla ha construido su existencia bajo la fachada de proteger a su pueblo, mientras en los momentos cruciales ha abierto sus puertas y su lealtad al mejor postor, vendiendo su influencia, sus principios —si es que alguna vez los tuvo—, y su discurso.
Rahab, en la Biblia, negoció su vida y la de su familia a cambio de traicionar a los suyos. No actuó por convicción ni por una ideología elevada; actuó por supervivencia personal y conveniencia. Hoy, siglos después, la izquierda dominicana sigue ese mismo patrón: aparenta ser del pueblo, pero al primer cruce de intereses, al primer saco de monedas, al primer espacio de poder, negocia, transa y traiciona.
Lo más trágico de esta prostitución ideológica es su falta absoluta de conciencia histórica: no han logrado entender que los dominicanos —los mismos que ayer no creímos en sus discursos emocionales, filantrópicos y en sus banderas de ideología prefabricada— hoy les reconocemos en lo que verdaderamente son: burócratas de la miseria, actores de una tragicomedia financiada con nuestros impuestos, viviendo como reyes sin trabajar, al amparo de causas que ni ellos mismos respetan.
Pero no están solos en su naufragio moral.
Hoy comparten el mismo barco de destierro social con aquellos periodistas que, en lugar de honrar el sagrado deber de defender la verdad y la identidad nacional, vendieron su pluma, su voz y su conciencia por las dádivas de intereses foráneos. Traicionaron su cultura, su patria y a su propia gente a cambio de monedas extranjeras y migajas de prestigio internacional, olvidando que quienes niegan su suelo natal terminan sin tierra firme donde caer.
A todos ellos —políticos de izquierda, mercenarios ideológicos, plumas arrendadas— les vamos a recordar algo que la historia nunca ha podido negar:
Que el dominicano auténtico es indestructible. Que nunca hemos sido vencidos. Que resistimos invasiones, tiranías, traiciones y manipulaciones. Y que hoy, como ayer, cada intento de doblegarnos solo fortalece nuestras raíces.
Pueden seguir negociando sus discursos y vendiendo sus consciencias. Nosotros, mientras tanto, seguiremos siendo lo que ellos jamás pudieron ser: un pueblo digno, libre, y eternamente invencible.
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