Lecciones de Filosofía y Borracheras: Cuando Aristóteles No Está para Resolver la Fiebre de la Niña.

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Lecciones de Filosofía y Borracheras: Cuando Aristóteles No Está para Resolver la Fiebre de la Niña.


Dicen que la filosofía es el arte de pensar lo impensable, y si eres lo suficientemente brillante, te pasarás el resto de tu vida tratando de que otros lo entiendan sin que te miren como si tuvieras tres cabezas. Porque, siendo honestos, uno no sigue a Aristóteles, el gran Estagirita, por amor a lo obvio. No, señor. Se le sigue porque te empuja al borde de lo sensato y, cuando llegas a ese punto, te dice: "Ahora, baja del pedestal, deja de hacerte el intelectual y vuelve al pupitre, porque lo que viene requiere más que palabritas bonitas para impresionar a tu coro."

Así que, Aristóteles en una mano y un trago en la otra, vamos a entrar en materia. Pero con calma, porque lo que sigue no es tan profundo como la caverna de Platón; más bien tiene el sabor de un sancocho filosófico cocinado con un poquito de sarcasmo y mucho amor por la vida cotidiana.

Resulta que, mientras navegaba en las profundidades del algoritmo de YouTube —ese pozo infinito de tonterías que te hace cuestionar cómo la humanidad ha llegado hasta aquí sin extinguirse—, me topo con un video que prometía enseñarle a los hombres cómo ser hombres. Ya tú sabes, de esos gurús con manuales de relaciones que parecen sacados de un episodio de “La vida como no es”. El tipo hablaba como si supiera de mujeres más que una madre dominicana con cinco hijas... ¡Ay, por favor! ¿De verdad hay gente que escucha esa vaina?

Y ahí fue cuando me cayó la ficha: en este circo de pseudo-teorías, yo no vengo a darte ninguna "gran teoría profunda" sobre las relaciones. No, no, no. Yo te voy a contar lo que es un hombre de verdad, y si te duele, que te duela, porque, mi hermano, la verdad no siempre viene envuelta en celofán.

Un hombre de verdad no necesita que le expliquen qué es ser hombre, ni mucho menos busca trofeos vacíos para impresionar a los panas del trabajo o excusas baratas para justificar lo que no tiene excusa. Un hombre sabe quién es cuando llega a su casa después de una noche de tragos con los amigos. Y ojo, que esas salidas son pocas, porque cuando eres responsable, no estás para esa vaina cada fin de semana. Pero cuando pasa, ahí está el verdadero examen: llegas con par de tragos encima, cansado, maldiciendo a media ciudad porque la farmacia ya cerró y la niña tiene fiebre (gracias a que, claro, tu mujer te llamó justo cuando estabas a medio trago con los panas para recordártelo).

Abres la puerta, tumbando medio mundo, porque en ese momento eres más ruido que persona. Tu mujer, claro, no se trasnochó esperándote —porque una mujer que confía en su hombre no anda con esas ridiculeces—, pero en cuanto haces ruido abriendo la nevera, te mira como diciendo: "Este hombre mío, qué bulloso." Y aunque te va a dar una pela de lengua por borracho y torpe, igual te quita la ropa, te mete a bañar, y al final hasta te prepara un sándwich. Porque, al final del día, lo que te hace hombre no es cuánto puedes beber o soportar, es que, aunque seas un torpe ruidoso, ella te quiere y tú a ella, y saben que lo más importante es mantener la paz en la casa... y el sueño de los muchachos.

Eso, mi querido lector, es lo que define a un hombre. No el trofeo que lleva al brazo, ni la cantidad de veces que tragó su orgullo frente a un idiota en la oficina. Es tener una familia que lo respeta, unos hermanos que lo aman, una madre que lo mira con orgullo, y un padre del que, aunque te saque de quicio, algo aprendiste. Y si me pongo arrogante es porque, al final del día, pienso que tengo la razón.

El verdadero hombre no se forma con teorías baratas de YouTube ni con manuales de relaciones perfectas. El hombre se construye a sí mismo, entre su madre, su mujer, y la vida misma. Pero en estos tiempos, la gente está tan ocupada buscando a quién culpar de su miseria que olvidan que la verdadera fortaleza no está en a quién conquistas, sino en cómo te mantienes íntegro cuando todo se va a la mierda.

Así que la próxima vez que alguien te venga con teorías pendejas sobre cómo ser un hombre o cómo manejar una relación, hazle un favor: recógelo, invítalo a un cafecito, y explícale, con calma y sin mucho show, lo que ya tú sabes. Porque si no se lo dices tú, va a seguir viviendo en esa burbuja de pendejadas… Y como diría Aristóteles: a veces, lo más simple es lo más profundo.

La mujer se casa con el hombre que eligió amar, y el hombre, si tiene dos dedos de frente, debe merecer ese amor. Pero claro, eso es en teoría, porque en la práctica, el hombre suele enterarse tarde de que su mujer valía oro... justo cuando lo bota. Y ahí está usted, sabiendo que ella es buena y que usted, mi pana, es un completo imbécil. Empieza la rogadera, le da su lloraita de rigor, porque mientras ella no diga "YA NO TE QUIERO", usted aún tiene chance. Pero ojo, cuando suelte esas palabras mágicas, recoja sus chelitos, haga su último acto de amor y váyase a beber y llorar con sus panas. Que ellos le darán su cotorrita, a ver si se le pasa. Y si de suerte le dan un chance, pise fino, que las mujeres se resignan, perdonan, pero nunca —óigame bien— ¡nunca olvidan esas brujas!

Eso es lo que piensa este ser imperfecto, exesposo problemático de manual y padre amado, a quien sus hijos le dicen en la cara que lo aman, mientras yo me trago todas sus pendejadas sin reírme (porque me lo tomo en serio, claro está). Y sí, solo los vacuné una vez, porque casi termino en la cárcel por querer matar a la enfermera. Pero, a pesar de todo, mis muchachos me han dicho de frente que soy un padre grandioso. Lo cual, honestamente, necesito que ellos me lo digan para creerlo. Y el día que no lo hagan, créeme, los voy a joder hasta que lo digan. Tal cual como hizo conmigo el imbécil de mi papá, el ser más maravillosamente complicado de amar, porque me amaba tanto que no me dejó descarriarme ni por un segundo. Al final fue mi mas grande amigo, pero siempre fue mi padre amado, al cual respetaba porque me mostró que las acciones tienen consecuencias. Y créanme que a veces las nalgas me dolieron bastante gracias a su correa.

Mi papá fue un hombre. Yo aún aspiro a serlo. Pero solo lo sabré cuando les toque serlo a mis hijos.

Saludos,
Job Vasquez.

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