Es curioso cómo dos supuestos periodistas, tan abrumados por sus apretadas agendas de investigación y redacción, han decidido honrarme con lo que mejor conocen: basura sentimental y una prepotencia disfrazada de erudición. No voy a perder el tiempo en ofenderlos; no se lo merecen. Lo que sí puedo es albergar la esperanza de educarlos, porque es evidente que esa semilla aún no ha germinado en su campo laboral.
Mi verdadero problema no es con ustedes dos en particular. Sería otorgarles demasiada importancia. Mi problema es con el pseudo periodismo nacional que se ha convertido en un espectáculo de farándula, con pretensiones de grandeza, que ya no cumple su función de informar con responsabilidad y objetividad. En lugar de elevar la conciencia del pueblo, lo somete al estrés constante, manipulando a los lectores como cerdos de engorde con sus mentiras elaboradas y sus intentos mediocres de sublimación.
No es solo una cuestión de incompetencia, sino de intención. Este periodismo, en su mayoría, ha sucumbido al amarillismo, a la especulación, y a la mayor degradación de todas: el periodismo de opinión disfrazado de objetividad. Lo que antes era una profesión digna, donde el periodista era la voz de alerta de una sociedad bien informada, hoy se ha convertido en un circo mediático, lleno de personajes de papel que no pueden mirar más allá de la pantalla de su teleprompter. ¿Qué capacidad de reflexión tienen cuando su único objetivo es manipular al pueblo, fingiendo interés por temas trascendentales, mientras se arrodillan ante las directrices de los que verdaderamente manejan los hilos?
El verdadero problema es mucho más grande que ustedes, mis estimados pseudoperiodistas. Mi problema es con el Estado, con los partidos políticos, con todos aquellos que, en lugar de velar por el bienestar de la sociedad, determinan qué se debe escribir, qué se debe opinar, qué se debe fingir… y, lo peor de todo, qué se debe ignorar.
La verdad es que ni ustedes ni otros de su calaña son especiales. Son solo peones en un juego mucho más grande, donde las reglas no las ponen ustedes, sino aquellos que los manipulan para que hagan su trabajo sucio. El periodismo, antaño respetado, ha sido degradado hasta convertirse en una herramienta de propaganda y desinformación masiva. Y mientras ustedes se regocijan en su falsa superioridad intelectual, el pueblo sigue sumido en el caos y la confusión que ustedes mismos fomentan.
Pero tranquilos, no son los únicos culpables. No tienen tanto poder como les gustaría creer. Lo único que han logrado con su "ataque" hacia mí es darme la oportunidad de recalcar lo que muchos ya hemos entendido: el periodismo responsable está en extinción, y lo que queda de él son escombros controlados por intereses superiores. Así que, les agradezco el honor de hacerme perder mi tiempo respondiendo a sus patéticos intentos de crítica, pero este problema es mucho más profundo de lo que sus mentes podrían comprender.
Nos encontramos en un momento histórico en el que el periodismo, que debería ser el guardián de la verdad y la justicia, ha vendido su alma a la manipulación, al sensacionalismo, y a la autocomplacencia. ¿Y ustedes se creen que son parte de la élite? No, no son más que engranajes en una maquinaria que se dedica a desinformar, a confundir, y a mantener a las masas en la oscuridad.
Así que, la próxima vez que decidan tomar de su “preciado tiempo” para escribir algo sobre mí, asegúrense de que al menos sus palabras estén a la altura de lo que se supone que representa el verdadero periodismo. Hasta entonces, los dejo con este pensamiento: no son más que actores en un escenario de cartón, y la audiencia, cada vez más despierta, está empezando a ver lo mal que interpretan sus papeles.
Gracias por darme la oportunidad de recordarme por qué nunca he querido pertenecer a su club.
Atentamente,
Job Vasquez.
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