¿Qué pasa cuando la ciencia se convierte en un circo, y en lugar de mejorar el mundo, simplemente le damos más espectáculo al mismo caos de siempre? Pues lo que acabamos de ver: el resurgimiento de los lobos gigantes. ¡Así como lo oyen! Los mismos que se extinguieron por culpa de nuestra “gran” humanidad. Pero no, claro, en lugar de enfrentar las verdaderas causas de su desaparición, los traemos de vuelta con un par de tubos de ensayo y cámaras de laboratorio. ¿De qué va esto? No es más que una burla disfrazada de logro científico.
Primero, entendamos la historia. Los lobos gigantes se extinguieron hace miles de años. Claro, el principal culpable de su extinción fue el cambio climático y, cómo no, el toque “especial” de los humanos. Pero en lugar de reconocer nuestro papel en este desastre ecológico, nos creemos los salvadores del planeta. ¿Por qué no? Total, si destruimos, también podemos “crear” de nuevo, ¿verdad? Así que lo que hicieron los científicos no fue más que traerlos de vuelta para cumplir con su cuota de espectáculo y, de paso, llenar las vitrinas de los museos modernos.
¿Acaso no es esto lo más hipócrita que he escuchado en años? En vez de restaurar el hábitat original de estos animales, revivimos a los lobos como si fueran mascotas de laboratorio. ¿Sabemos qué los mató? La misma humanidad que ahora se cree capaz de ser su “salvadora”. Pero claro, resucitar especies ya extintas suena increíblemente noble... ¿no? Solo que el “héroe” de la historia, como siempre, somos nosotros. ¿Y el lobo? El lobo es solo una pieza más en el show, una víctima que no pidió ser revivida, solo para ser observada como un animal enjaulado que, irónicamente, nunca tuvo la oportunidad de adaptarse de nuevo al mundo que su propia extinción ayudó a moldear.
Es ahí donde entra la verdadera tragedia: el lobo no está siendo revivido en su hábitat natural, sino que ha sido condenado a vivir en un laboratorio, una caja de cristal donde no tiene más propósito que el de ser una mera curiosidad científica. La ironía de todo esto es aterradora. La muerte que sufrimos cuando destruimos un ecosistema, ahora es un teatro donde la vida se ofrece en bandeja, pero sin sus piezas fundamentales. No se trata de resucitar un animal, se trata de mantenernos como los dueños de todo, los “dioses” de un juego que no entendemos ni respetamos.
Lo más absurdo es que nos jactamos de un “logro” científico mientras que seguimos ignorando los verdaderos problemas que enfrentamos: crisis ecológicas, deshumanización, enfermedades, injusticias sociales y, lo peor de todo, una nueva generación que crece viendo todo esto como normal. Como si la humanidad no tuviera ya suficientes problemas, lo que hacemos es levantar el telón de un circo donde la verdadera tragedia es que nada ha cambiado. Revivir lobos no es más que una excusa para seguir tapando nuestras vergüenzas. Es como un chiste de mal gusto que la ciencia, la que se supone nos ayuda a evolucionar, repite una y otra vez.
¿Y ahora qué? ¿Vamos a resucitar a los dinosaurios también, solo para verlos exhibidos en zoológicos de alta tecnología? ¿Creemos que revivir un animal de otra era cambiará algo de lo que hemos hecho? Claro, en lugar de concentrarnos en resolver los problemas reales que hemos creado, decidimos jugar a ser dioses con un par de lobos. Pero la verdad es que lo único que estamos resucitando es nuestra propia arrogancia. Y esa arrogancia, mi amigo, es la verdadera especie en peligro de extinción. La ironía, o mejor dicho, la pura estupidez, es tan fuerte que hasta me siento avergonzado de ser parte de la especie que le da vida a esta farsa.
El circo está montado. Las luces brillan. Los lobos gigantes son la atracción principal. Pero, ¿quién se va a quedar para ver la tragedia real detrás de este show? Nadie. Porque en este mundo, el espectáculo nunca termina, y los que realmente se extinguen son aquellos que buscan la verdad en medio de tanto ruido.
Así que, bienvenidos a la farsa. Nos encanta hacernos los héroes mientras seguimos destruyendo, porque lo que realmente importa es que podamos decir: “¡Lo hicimos! ¡Resucitamos a los lobos!” Mientras tanto, seguimos sin tener la menor idea de lo que realmente significa ser humanos.
Autor: Job Vasquez.
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