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La ocupación haitiana de 1822 según “Memorias para la historia de Quisqueya” (1875): Una lectura crítica desde la fuente primaria.

 

Libro en Pdf: José Gabriel García Memorias para la historia de Quisqueya (1875)

Por Job Vásquez

Santo Domingo, República Dominicana – En el complejo entramado de nuestra historia nacional, la ocupación haitiana de 1822 representa uno de los episodios más determinantes y al mismo tiempo más tergiversados por narrativas políticas e ideológicas. Para rescatar la verdad desde la raíz y sin filtros contemporáneos, resulta imprescindible volver a las fuentes originales. Entre ellas, Memorias para la historia de Quisqueya (1875), de José Gabriel García, destaca no solo por su valor documental sino por la honestidad analítica de un historiador que vivió cerca de los hechos y comprendió sus implicaciones en la formación de la identidad dominicana.

El contexto previo: entre abandono español y proyecto nacional frustrado.

Luego de proclamarse el Estado Independiente del Haití Español en diciembre de 1821, bajo el liderazgo de José Núñez de Cáceres, la parte oriental de la isla se encontraba políticamente desarticulada y militarmente indefensa. La independencia efímera, como la denomina la historiografía, duró apenas nueve semanas antes de ser absorbida por el presidente haitiano Jean-Pierre Boyer, quien ingresó sin resistencia armada el 9 de febrero de 1822.

Según García, este hecho no representó un acto de alianza ni federación pactada entre pueblos, sino una “anexión” realizada sin el consentimiento del grueso de la población local, que fue informada luego de consumado el hecho.

La administración haitiana: logros sociales, desarraigo cultural.

José Gabriel García no niega que la administración de Boyer implementó medidas progresistas, entre ellas:

  1. La abolición total e inmediata de la esclavitud, lo cual supuso un cambio histórico irreversible.

  2. La supresión de privilegios eclesiásticos y aristocráticos, propios del régimen colonial.

  3. Un intento por establecer una estructura fiscal y militar centralizada en toda la isla.

Sin embargo, el autor subraya que estas reformas fueron impuestas sin consulta ni adaptación al contexto cultural y social dominicano. La imposición del francés, la marginación de la religión católica en la vida pública, la expropiación de bienes eclesiásticos y el reclutamiento forzoso en el ejército haitiano generaron un sentimiento progresivo de rechazo.

García escribe: “La ocupación apagó el aliento del pueblo, que si bien no era fuerte militarmente, tenía conciencia de su identidad.”

El despertar de la identidad nacional

Paradójicamente, fue bajo la ocupación haitiana que se gestó la conciencia de un proyecto dominicano autónomo. Frente a la negación de su cultura, lengua e instituciones tradicionales, el pueblo comenzó a percibirse a sí mismo como distinto. Este fenómeno se reflejaría en el surgimiento de movimientos clandestinos, como La Trinitaria, y en el fortalecimiento del pensamiento independentista.

García interpreta la ocupación como un catalizador del patriotismo dominicano: “El dominio extranjero, lejos de extinguirnos, nos obligó a nacer como nación.”

La lucha por la restauración de la identidad perdida se convirtió en el eje de la futura gesta independentista de 1844, liderada por Juan Pablo Duarte y otros patriotas que habían crecido bajo la imposición cultural y política de Boyer.

Narrativas actuales vs. la fuente histórica.

El análisis de Memorias para la historia de Quisqueya permite desmontar muchas de las narrativas modernas, tanto aquellas que pretenden reducir la ocupación haitiana a un acto de “liberación fraternal”, como las que caricaturizan el conflicto como un odio étnico perpetuo. García no cae en ninguna de estas simplificaciones.

No exalta la ocupación, pero tampoco la demoniza. Reconoce los avances sociales, pero denuncia las formas impuestas. No construye un relato de victimización eterna, sino uno de resistencia cultural, de construcción de ciudadanía y nación frente a la negación externa.

El historiador escribe desde una época donde la ideología aún no dominaba la producción académica, lo que convierte su testimonio en una herramienta vital para la objetividad.

Conclusión: la memoria como herramienta de dignidad, no de revancha.

La ocupación haitiana de 1822, vista a través de los ojos de José Gabriel García en 1875, revela una verdad más rica y compleja que la mayoría de las versiones que circulan hoy en medios o redes sociales. Fue un episodio determinante que, lejos de aniquilar la dominicanidad, la obligó a consolidarse. Las imposiciones políticas y culturales no fueron solo una dominación territorial, sino un acto de negación identitaria que generó como respuesta una resistencia silenciosa, tenaz y finalmente victoriosa.

Estudiar esta etapa con rigor no es fomentar división ni odio, sino defender el derecho a la verdad histórica. A esa verdad que no necesita justificar errores ni glorificar abusos, sino exponer hechos, contextos y consecuencias.

Las generaciones jóvenes merecen conocer su historia sin maquillaje, no para revivir heridas, sino para entender el precio de la soberanía, el valor de la cultura y la dignidad que nace cuando un pueblo, aún oprimido, decide no olvidarse de sí mismo.

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